Lo que nos faltaba. Con la que está cayendo, que aparezca ahora un tío anunciando males de proporciones bíblicas.
El caso es que hace unas semanas cayó en mis manos el interesante estudio publicado en The Lancet sobre las previsiones demográficas para lo que queda del siglo. Muy cuidado en lo metodológico y bastante catastrofista para los Estados viejunos como el nuestro. Se me ocurrió combinarlo con otras de las grandes tendencias que vemos en nuestra sociedad, a ver qué pinta podría tener nuestra sociedad dentro de no demasiados años. El resultado fue bastante descorazonador, pero aprovecho para compartir con vosotros la reflexión, a ver si alguien ve alguna salida aceptable a todo esto.
Segunda plaga: la población decrecerá
En resumen, este estudio viene a decir que incluso aceptando algo de inmigración a regañadientes, como lleva haciendo España dos décadas, nuestra evolución vegetativa (los que nacen menos los que se mueren) va a ser negativa y en el año 2100 la población de nuestro país se verá reducida a la mitad, 22 millones de españolitos.
La estructura de la pirámide de edad española tiene forma de árbol, con más gente en las edades altas y poca en las generaciones jóvenes, como se muestra en la pirámide adjunta. La “copa” del árbol estará cada vez más alta y más tenue, y el tronco seguirá siendo estrecho porque la fecundidad por mujer (el número de hijos que tendrá cada mujer a lo largo de su vida) no va a aumentar.
Muy interesante. Y a mí qué leches me importa eso, con la de tiempo que falta hasta entonces.
Pues importa. Primero porque ese cambio va a ser gradual, es decir, que iremos viendo sus consecuencias desde mañana mismo; y segundo porque va a venir acompañado de otros fenómenos que, como en ‘la tormenta perfecta’, van a provocar olas monstruosas.
Tercera plaga: la población inactiva alcanzará una proporción insostenible
Ya sabemos desde hace cuarenta años que nuestro país es uno de los más envejecidos del mundo. Nuestra sanidad universal, nuestro sociable modo de vida, nuestro tejido familiar y nuestra hasta hace poco popular dieta mediterránea han hecho de la longevidad española la envidia del resto de sapiens del mundo.
En términos demográficos, las cohortes españolas van cumpliendo años sin sufrir apenas bajas, cosa que sí ocurre en casi todos los otros países. Un paisano nuestro que nazca ahora puede vivir 83 añitos a poco que tenga cuidado de no meterse en uno de los extremos improbables de la curva normal.
Pero vivir más años tiene una contrapartida en nuestro moderno sistema de estado protector de sus ciudadanos: como en términos relativos cada vez hay menos personas en edad de trabajar (digamos que los de 16 a 65 años), la presión que soporta esta población activa, los que con su trabajo sostienen a los que no trabajan, es cada vez mayor. Y esto solo va a empeorar.
Llevamos la tira de tiempo escuchando a los científicos alertar sobre la insostenibilidad del sistema de pensiones en el futuro. También llevamos viendo más o menos el mismo tiempo a los políticos decir que están profundamente preocupados por el problema y cosas del tipo “vamos a poner en marcha una comisión para que se estudien en profundidad los siguientes pasos”. En realidad, como este es un problema que explotará en el futuro, ninguno de nuestros representantes quiere enfangar su presente con medidas impopulares que le puedan restar votos.
Cuarta plaga: menos población, menos trabajadores, menos producción.
Otra borrasca: la longevidad no es infinita, y poco a poco nuestros abueletes se irán muriendo sin ser sustituidos por jóvenes, ya que el peso de las generaciones de la base de la pirámide es mucho más pequeño que el de la parte de arriba. Consecuencia: desciende el número total de ciudadanos.
Si hay menos ciudadanos en general, también desciende el tamaño de la población activa. Que haya menos personas trabajando implica una reducción proporcional del PIB del país. Menos trabajadores aportando valor, menos valor total.
Quinta plaga: una economía de baja productividad.
Esta reducción de nuestro PIB no sería necesariamente cierta si pudiésemos contar con alguna innovación tecnológica que mejorara la productividad de los trabajadores. Suena bien, pero… no sé. Si miramos la composición de sectores de nuestra economía, que no puede decirse precisamente que esté liderando la vanguardia tecnológica o industrial, no parece probable que vayamos a ser los introductores de esa innovación salvadora.
Una economía de baja cualificación laboral (aunque el trabajo lo haga gente con muy alta cualificación académica, como en el chiste de los ingenieros – se reúnen ingenieros de cuatro países y el español pregunta “¿qué van a tomar?”) nos hace más vulnerables a una disminución de la población, es decir, del número total de consumidores.
No digo que en España no haya gente con talento, que claro que existe; solo que en el conjunto de nuestra economía no destacan los sectores donde el talento se aprovecha de forma intensiva.
Sexta plaga: la gallina de los huevos de oro puede cansarse de poner.
Pero bueno, no seamos tan aguafiestas. Millones de turistas vienen a visitarnos y son una importante fuente de ingresos para nuestra economía.
Bueno, pues la reciente crisis del Covid-19 ya ha demostrado que no podemos contar alegremente con que los turistas del año pasado vayan a repetir el próximo. Las consecuencias sobre nuestra industria turística están siendo devastadoras.
¿Y si aparecen otros destinos turísticos más atractivos?
O dicho de otra forma: ¿qué pasa si España deja de ser un destino tan atractivo y dejan de venir los turistas extranjeros?
Séptima plaga: la espada de Damocles del cambio climático.
Por cierto, escribo esto desde un apartamento vacacional construido cerca de un campo de golf cuyas verdes praderas tiemblan de miedo cuando ven el secarral inclemente que las rodea. En fin, urbanismo típico de principios de este siglo, supongo, cuando la sostenibilidad no era un tema prioritario y los municipios pensaban más en cuánto se iban a forrar con estos usos del suelo.
No es novedad. Desde el punto de vista climatológico España va camino de desertizarse rápidamente. Esto provocará movimientos internos de población hacia zonas menos hostiles y probablemente también una pérdida de atractivo como destino turístico para los extranjeros, que nos visitarán en menor cantidad.
Entonces, ¿qué hacemos?
Pues sí, probablemente soy un agorero, pero creo que tenemos muchas papeletas para que en el futuro los españoles seamos cada vez más pobres. Vivir en España va a dejar de ser ese ideal que, quizá nostálgicamente, aún pensamos que existe. No sé si nuestros hijos repetirán con la misma alegría que nosotros eso de que “como se vive en España, en ningún sitio”.
Por cierto, siendo cada vez más pobres será más difícil que atraigamos a nuevos inmigrantes, lo que agravará la situación aún más.
¿Se puede hacer algo? Seguramente sí: planes de sostenibilidad para pensiones, economía, familia, sanidad y educación, un cambio de mentalidad sobre la inmigración, invertir seriamente en innovación y tecnología, y por supuesto combatir desde ya el cambio climático. Voluntad política, liderazgo y dinero, en definitiva.
¿Nuestros políticos harán algo? No lo sé, ya me pilla demasiado mayor. Ojalá.
Desde luego, vamos a morir todos. Aunque eso ya lo sabíamos.
Javier Arenas
www.el-departamento.com
Bibliografía y referencias: